UNA FOTO DE CUANDO NIÑA
Hoy, como quien encuentra su pasado al voltear la esquina de la calle donde jugaba de pequeña, encuentro la vieja cajita de cartón
que yace olvidada en uno de los cajones de la cómoda.
Esa caja casi deshecha, con las esquinas romas que tan a menudo veo,
pero que nunca abro,
y que una y otra vez aparto de un lado a otro del cajón como algo inútil e inservible.
Hoy, sin embargo, algo me mueve a turbar su reposo,
y la cajita, ansiosa, rompe su silencio para decirme algo.
Al abrirla, veo la foto de una niña pequeña con su vestido azul
y los zapatos blancos de charol que yo también solía.
Y se me descompone el rostro
y me tiemblan las manos,
y mis ojos, que apenas dan crédito a lo que ven, comienzan a chorrear llanto.
Hago un esfuerzo e intento comprender que mirarla es mirarme,
que acariciarla es acariciarme,
pero me doy cuenta que ni soy aquella niña
ni tampoco la mujer que quise ser de pequeña.
Sonrío en la foto,
y lo hago con tal fuerza que mi sonrisa derriba la umbría espesura
de la lúgubre casa en la que vivo
y también los veinte años que nos separan.
Y a pesar de todo ello,
a mi sonrisa en la foto me refiero,
aún no puedo sonreír al mirarla,
al mirarme,
porque ya ni siquiera recuerdo cómo sonreír.
Hoy, como quien encuentra su pasado al voltear la esquina de la calle donde jugaba de pequeña, encuentro la vieja cajita de cartón
que yace olvidada en uno de los cajones de la cómoda.
Esa caja casi deshecha, con las esquinas romas que tan a menudo veo,
pero que nunca abro,
y que una y otra vez aparto de un lado a otro del cajón como algo inútil e inservible.
Hoy, sin embargo, algo me mueve a turbar su reposo,
y la cajita, ansiosa, rompe su silencio para decirme algo.
Al abrirla, veo la foto de una niña pequeña con su vestido azul
y los zapatos blancos de charol que yo también solía.
Y se me descompone el rostro
y me tiemblan las manos,
y mis ojos, que apenas dan crédito a lo que ven, comienzan a chorrear llanto.
Hago un esfuerzo e intento comprender que mirarla es mirarme,
que acariciarla es acariciarme,
pero me doy cuenta que ni soy aquella niña
ni tampoco la mujer que quise ser de pequeña.
Sonrío en la foto,
y lo hago con tal fuerza que mi sonrisa derriba la umbría espesura
de la lúgubre casa en la que vivo
y también los veinte años que nos separan.
Y a pesar de todo ello,
a mi sonrisa en la foto me refiero,
aún no puedo sonreír al mirarla,
al mirarme,
porque ya ni siquiera recuerdo cómo sonreír.
HASTA QUÉ PUNTO EL MIEDO
Si volviera a nacer
me gustaría ser estatua,
o grano de arena,
o gota de agua
o pluma de pájaro...
Pero de tener que nacer mujer,
me gustaría nacer con otro nombre,
o dormir en otra ciudad que no sea esta ciudad,
o con alguien diferente,
alguien que no tuviese por lengua una fusta
ni por palabra la desbocada furia de sus manos.
Y me gustaría sobre todo,
que este hombre, simplemente me llamase por mi nombre.
O mejor, me gustaría no nacer y punto. Sí, mejor no nacer.
MANUEL LUQUE TAPIA (1962)
ELEGIDOS POR EL ALUMNADO DE TALLER DE LECTURA
DE 2º ESO D Y E
2 comentarios:
Así nos comenta Nani los motivos de la elección de los poemas:
El autor les trasmite el dolor de las mujeres sometidas a la violencia machista, sin embargo no son poemas en los que aparezca la violencia de forma explícita sino las consecuencias de ella: miedo, pérdida de la autoestima, de toda ilusión, deseo de desaparecer…
Al terminar la lectura se sentían emocionados.
Enhorabuena a Nani y a su alumnado del taller de lectura. Habéis elegido unos poemas preciosos. Son muy sensibles y denuncian los malos tratos mejor que si estuvieran plagados de golpes y cardenales.
Seguid leyendo poesía. Esperamos vuestros poemas favoritos.
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