martes, 31 de enero de 2012

Luis García Montero

El juez Baltasar Garzón

La farsa

Son malos tiempos para la justicia.

Vengan a ver la farsa,
el decorado roto, la peluca mal puesta,
palabras de cartón y pantomima.

Son malos siglos para la justicia.

No existe majestad en la casa del rey.
Nadie busque su voto
en la tribuna de los parlamentos.

Son malos años para la justicia.

Como el mar no es azul,
los barcos equivocan la cuenta de sus olas.
Como el dinero es negro,
la moneda menguante de la luna
ha pagado el recibo de los trajes nocturnos.

Son malos meses para la justicia.

Se citaron el crimen y el silencio,
no descansan en paz los perseguidos,
el ladrón y el avaro se reúnen
y la ley no responde a la pregunta
de la bolsa o la vida.

Son malos días para la justicia.

Más de cinco millones de recuerdos
naufragan con sus nombres en la cola del paro.
Los vivos han perdido la memoria
y los muertos no tienen donde caerse muertos.

Son malas horas para la justicia.

La política sueña
una constitución en la que refugiarse.
Los periódicos piden
una buena noticia que llevarse a la boca.
El poeta no encuentra
las palabras que quiere para decir verdad,
reparación, justicia,
porque son malos tiempos,
porque los tribunales
se han sentado a cenar en la mesa del rico.

Vengan aquí y observen,
es el tinglado de la nueva farsa,
la toga sucia y el culpable limpio.

LUIS GARCÍA MONTERO (Granada, 1958)

jueves, 26 de enero de 2012

Czeslaw Milosz

Vilnius, capital de Lituania (Wiki)

Elegía para N. N.

Si es demasiado lejos para ti, dilo.
Habrías podido correr sobre las pequeñas olas del Báltico,
atravesar el campo de Dinamarca, la floresta de hayas,
virar hacia el océano, y ya está, cerca,
el Labrador, blanco en esta estación del año.
Tú, que soñabas una isla solitaria,
si temes las ciudades, el parpadeo de los fuegos sobre las autorrutas,
habrías podido tomar el camino de los bosques sordos,
sobre torrentes revueltos y azules, y rastros del ciervo y del reno,
hasta las Sierras, hasta las minas de oro abandonadas.
El Río Sacramento te habría llevado entonces,
por entre las colinas recubiertas de encinas espinosas.
Todavía un bosque de eucaliptos, y estarás en mi casa.

Es cierto, cuando la manzanita florece,
y la bahía es azul en las mañanas de primavera,
yo pienso a mi pesar en la casa entre lagos
y en las redes recogidas bajo el cielo Lituano.
La cabaña donde te despojabas de tu traje antes del baño
se cambió para siempre en un cristal abstracto.
Y en él está la oscura miel de la tarde, junto al balcón,
y las pequeñas lechuzas, graciosas, y el olor de los arneses.

Cómo podíamos vivir entonces, yo no puedo decirlo.
Las costumbres, los trajes, vibran imprecisos,
inconsistentes, tensos hacia el final.
Es tal vez que pensábamos en las cosas tal como son?
El saber de los años fogosos ha enrojecido los caballos ante la forja,
y las pequeñas columnas en el mercado de la aldea,
y los peldaños de madera y la peluca de Mamá Fliegeltaub.

Mucho hemos aprendido, tú bien lo sabes:
cómo nos es quitado, cosa por cosa, todo aquello que no podía ser,
la gente, las comarcas.
Y el corazón no muere cuando uno creyó que debería,
pero sonreímos, el té y el pan sobre la mesa.
Sólo el remordimiento de no haber amado como se debe
esa pálida ceniza de Sachsenhausen
con un amor absoluto, que no está a la medida del hombre.

Tú te has acostumbrado a nuevos inviernos, húmedos,
a la ciudad donde la sangre del propietario alemán
fue raspada de los muros, y a donde él jamás regresó.
Tampoco yo he llevado más de lo que podía, ciudades y país.
No se puede entrar dos veces en el mismo lago,
sobre hojas descompuestas de abedul,
y quebrando una estrecha estría de sol.

Tus faltas y las mías, no fueron grandes faltas,
tus secretos y los míos, no eran grandes secretos.
Cuando te anudan la mandíbula con un pañuelo,
cuando te ponen una cruz entre los dedos,
y a lo lejos un perro ladra, brilla una estrella.

No, no es porque estés tan lejos
que no has venido el otro día, la otra noche.
De año en año madura en nosotros y nos invadirá,
yo, como tú, lo he comprendido: la indiferencia.

Berkeley,1963   

CZESLAW MILOSZ (1911-2004). Trad. de William Ospina

viernes, 20 de enero de 2012

Paul Éluard



Max Ernst, La puberté
SUS OJOS SIEMPRE PUROS

Días de lentitud, días de lluvia,
Días de espejos rotos y de cúspides perdidas,
Días de párpados cerrados al horizonte de los mares,
De horas parecidas, días de cautividad.

Mi espíritu, que brillaba aún sobre las hojas
Y las flores, mi espíritu está desnudo como el amor,
La olvidada aurora le hace bajas la cabeza
Y contemplar su cuerpo obediente y vacío.

Sin embargo, he visto los más bellos ojos del mundo,
Dioses de plata con zafiros en sus manos,
Verdaderos dioses, pájaros en la tierra
Y en el agua, los he visto.

Sus alas son las mías, nada existe
sino su vuelo que azota mi miseria,
Su vuelo de estrella y luz,
Su vuelo de tierra, su vuelo de piedra
En las olas de sus alas,

Mi pensamiento sostenido por la vida y la muerte.

PAUL ÉLUARD (1895-1952), Capital del dolor, Visor, 1973. Trad. de Eduardo de Bustos.

lunes, 16 de enero de 2012

Antonio Machado


EL CRIMEN FUE EN GRANADA

A Federico García Lorca


          1. El crimen

  Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.

          2. El poeta y la muerte

  Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»

          3.

  Se le vio caminar...
                      Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!



         ANTONIO MACHADO (1875-1939)

jueves, 12 de enero de 2012

Carmen Garrido



Helena Almeida

¿Quién les pidió permiso?

Qué difícil es pasar de ser humano a ser ángel
De ser mujer a ser alado
Luego, vienen las consecuencias

Te ponen flores de esas blancas,
cuando tú prefieres el púrpura, color de la realeza

Olvidas que tu pelo fue negro
porque se queda como capucha de condenado,
sobre la calavera
Frotas los pies por la helada
y cae sobre la madera un hueso calcáneo,
haciendo un ruido que te da vergüenza
Los demás te miran...
aún no has asumido tu condición de pluma

Añoras la seda de la camisa blanca,
la de los sábados de cena,
la que al tacto te secreteaba lo hermoso de ser una dama
Detestas la doble piel formal, traje de chaqueta negro,
pendientes de perlas, presentable para el cielo
Buscas los roces del jabón sobre la piel
y sólo hay tacto de calcio ahuesado,
poco firme pero atemporal,
fuiste niña de hambre tremenda de una postguerra
Aborreces tanta letanía,
escuchas a los grajos, malditas bestias rudas

Tu alma por un blues, algo dulce que mueva las caderas,
este coxis que araña el ataud y escribe
Yo estuve enamorada de un hombre que me hacía volar

Qué duro -decía- es ser
Qué duro es estar

Las formas de la vejez dorándote lentamente
para acabar entre madera y bajo cruces
Y, sin embargo, ahora, darías la tibia y el peroné,
mojados por las humedades
A cambio, una arropía, enorme, color fresa,
lamida a escondidas en el corral

Tu alma por una espalda, pura carne,
epidermis con su dosis de body milk
Lejos de estos lugares demasiado santos

Qué duro
-me murmuras en esas noches en que te hartas-
es, hija mía, descansar en paz.

Carmen Garrido, Garum

domingo, 8 de enero de 2012

Juan Ramón Jiménez

LAS TARDES DE ENERO


Va cayendo la noche: la bruma
ha bajado a los montes el cielo.
Una lluvia menuda y monótona
humedece los árboles secos.

El rumor de sus gotas penetra
hasta el fondo sagrado del pecho,
donde el alma, dulcísima, esconde
su perfume de amor y recuerdos.

¡Cómo cae la bruma en en alma!
¡Qué tristeza de vagos misterios
en sus nieblas heladas esconden
esas tardes sin sol ni luceros!

En las tardes de rosas y brisas
los dolores se olvidan, riendo,
y las penas glaciales se ocultan
tras los ojos radiantes de fuego.

Cuando el frío desciende a la tierra,
inundando las frentes de invierno,
se reflejan las almas marchitas
a través de los pálidos cuerpos.

Y hay un algo de pena insondable
en los ojos sin lumbre del cielo,
y las largas miradas se pierden
en la nada sin fe de los sueños.

La nostaljia, tristísima, arroja
en las almas su amargo silencio.
Y los niños se duermen soñando
con ladrones y lobos hambrientos.

Los jardines se mueren de frío;
en sus largos caminos desiertos
no hay rosales cubiertos de rosas,
no hay sonrisas, suspiros ni besos.

¡Cómo cae la bruma en el alma
perfumada de amor y recuerdos!
¡Cuántas almas se van de la vida
estas tardes sin sol ni luceros!

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958)