domingo, 8 de enero de 2012

Juan Ramón Jiménez

LAS TARDES DE ENERO


Va cayendo la noche: la bruma
ha bajado a los montes el cielo.
Una lluvia menuda y monótona
humedece los árboles secos.

El rumor de sus gotas penetra
hasta el fondo sagrado del pecho,
donde el alma, dulcísima, esconde
su perfume de amor y recuerdos.

¡Cómo cae la bruma en en alma!
¡Qué tristeza de vagos misterios
en sus nieblas heladas esconden
esas tardes sin sol ni luceros!

En las tardes de rosas y brisas
los dolores se olvidan, riendo,
y las penas glaciales se ocultan
tras los ojos radiantes de fuego.

Cuando el frío desciende a la tierra,
inundando las frentes de invierno,
se reflejan las almas marchitas
a través de los pálidos cuerpos.

Y hay un algo de pena insondable
en los ojos sin lumbre del cielo,
y las largas miradas se pierden
en la nada sin fe de los sueños.

La nostaljia, tristísima, arroja
en las almas su amargo silencio.
Y los niños se duermen soñando
con ladrones y lobos hambrientos.

Los jardines se mueren de frío;
en sus largos caminos desiertos
no hay rosales cubiertos de rosas,
no hay sonrisas, suspiros ni besos.

¡Cómo cae la bruma en el alma
perfumada de amor y recuerdos!
¡Cuántas almas se van de la vida
estas tardes sin sol ni luceros!

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958)

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