Testimonio
El día acabó en su ración de sal,
anheladamente odiada, insobornable.
Saltó la frontera del mar, buscando
una huida, irónica,
pretérita, de playas con clara silueta
donde es color la estética
de un rostro sin umbral.
Ese día desabordado,
ya sin los andenes de apenas cimientos que dieran hogar al alba,
enmudecía, bogaba
por una brisa de pasos de espuma
que nombrara su estela de silencios.
ALFREDO YBARRA LARA
La otra partida, Jaén, 1989
El día acabó en su ración de sal,
anheladamente odiada, insobornable.
Saltó la frontera del mar, buscando
una huida, irónica,
pretérita, de playas con clara silueta
donde es color la estética
de un rostro sin umbral.
Ese día desabordado,
ya sin los andenes de apenas cimientos que dieran hogar al alba,
enmudecía, bogaba
por una brisa de pasos de espuma
que nombrara su estela de silencios.
ALFREDO YBARRA LARA
La otra partida, Jaén, 1989
ELEGIDO POR MANUEL TORIBIO
3 comentarios:
Agradecemos a Manuel Toribio, Director del IESO Santa Catalina de Siena, el poema de esta semana. Todos los años colabora con nosotros en esta actividad, así como su compañero Miguel Cobo Rosa. Gracias a ambos.
Gracias por pensar en mí, que no merezco tal elogio por vuestra parte. Envio alguna aportación de mis artículos recientes. Alfredo
diario IDEAL
El Mestizaje
Muralia 18-10-09
Alfredo Ybarra
Pasear la ciudad
Carrera 14-10-09
Alfredo Ybarra
Estamos en otoño, una estación bendecida para el paseo. Sí, pasear, ese andar por puro placer, al aire libre, despacio, sin rumbo determinado, algo que algunos reivindicamos y qué mejor que las líneas de un periódico, cuya lectura anda en el mismo plano del paseo, reclamar un tiempo distinto, pausado, para la contemplación, la observancia tranquila y placentera que acuna los sentidos, que en el fondo saca la serena reflexión íntima. La costumbre de echar a andar sin misión prefijada, solo por el gusto de callejear y ver qué novedades ofrece la vida urbana, o con la idea opuesta de constatar que sigue ahí, intacto, lo que nos sirve de asidero en nuestra ciudad (ya sea un árbol, una fuente, aquella mercería centenaria) es un acto de militancia que va volviendo a tener un hueco entre numerosas personas que quieren poner de relieve su papel de eso, de personas, que no se pliegan del todo a esas doctrinas normativas que como una sombra nos envuelven. Y no me refiero a esos circuitos que hay prefijados en cada pueblo y ciudad por el inconsciente colectivo, donde las parejas y grupitos van a quemar grasa y mala conciencia. Me refiero a otra cosa, a una actividad que se enmarca en esa corriente por volver a disfrutar de las cosas sencillas, del tiempo – por lo menos de alguno, que sea armónicamente nuestro- de la ciudad como ser vivo en sí, de los amigos, de la gente que no conocemos, pero que algo nos dicen en su anónimo trasiego, y la luz a la vuelta de una esquina, y esas piedras centenarias de tal edificio, y la belleza de aquella mujer, y la inocencia de estos niños, y el susurro de esa mirada, y el aliento de aquel hombre que lleva su negocio a duras penas, y ese perfume que se te cruza, y ese crisol de luz que se abre desde la plaza. Todos tenemos la experiencia de que en un paseo circunstancial nos hemos dado cuenta de que llevábamos años sin pasar por este lugar, o de que es preciosa la reja de ese balcón, o de que la fuente de este rincón es fascinante, al menos para ti, por lo que sea, por aquellos juegos de niño, por aquel primer beso,…. No es igual dirigirse a la oficina o al hospital entre gigantescas moles de cemento que a través de frondosos parques, de airosos edificios. No es lo mismo un tropezadero de calles que te obligan a estar atento a un sin fin estímulos negativos, que un encuentro agradable con el contexto del espacio que se te abre delante para una catarsis integral, con espacios creativos y culturales en una amplitud generosa de los términos, con sostenibilidad, con protagonismo del peatón. No es lo mismo un bulevar luminoso y acogedor que un maremagno de sombras y escondites donde no sintamos a nuestros hijos, por ejemplo, seguros al regresar a casa. En este otoño de temperatura y luz suaves, pasear es una experiencia de encuentro auténtico con el interior de la ciudad; así la conoceremos más, y la querremos más. El verdadero pasear significa un diálogo desbrozado con la soledad perfecta al compás de la lentitud perseverante. Pensemos la ciudad con alma-
Es un honoer ver a mi compañero de trabajo codeandose con tan insignes escritores
Un Abrazo fraternal Ginés y Maribel
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