viernes, 29 de noviembre de 2019


Joan Margarit (1938)

Joan Margarit es un poeta que escribe en catalán y en castellano. Además, es arquitecto y fue catedrático de Cálculo de Estructuras de la Escuela Técnica Superior de Barcelona. Desdeña las corrientes poéticas y considera que, fuera de la poesía, el hombre se encuentra a la intemperie, valorando al poeta como "el ser más realista, el más pragmático, porque bebe de la realidad”. Le han otorgado numerosos premios durante su dilatada carrera como poeta, pero destacamos, por su importancia y su actualidad, el Premio Cervantes 2019.
Precisamente por considerar que la poesía bebe de la realidad, podemos disfrutar de unos versos como los que traemos en esta semana, en donde el poeta se dirige a un tú lírico al que intenta despojar de los velos de fantasía con los que se le suelen adornar los recuerdos e invita a vivirlos por medio de un inmersión en la realidad.


El ball

No la vas abraçar a un concert de Schumann,
ni et van cremar els seus ulls escoltant Bach.
Si l’estàs recordant en una música
ha de ser la d’un ball entre els solars
del barri on ja la lletra està perduda
rere herbotes i murs del cap al tard.
Al teu costat, en la butaca buida
del cine la recordé: vas regant
les roses amb lleixiu i poses lletra
al passat, aquest lloc de mala mort
com un bolero que conserva el fred
d’una cita en el gris de la vorera.
Hi ha una veu càlida i, sota els peus,
sents tremolar el mosaic ballant amb ella.


El baile

No la abrazaste en un concierto
de Schumann, ni sus ojos te quemaron
cuando escuchabas a Bach.
Si la recuerdas en alguna música,
ha de ser la de un baile entre solares
de un barrio, en una letra ya perdida,
tras hierbajos y muros del crepúsculo.
Junto a ti en la butaca, ahora vacía,
del cine la recuerdas: vas regando
las rosas con lejía, y pones letra
al pasado, un lugar de mala muerte
como el bolero que conserva el frío
de una cita en el gris de alguna acera.
Una voz cálida y, bajo tus pies,
tiembla el mosaico al bailar con ella.
(De El primer frío, Visor, edición bilingüe catalán-castellano)



miércoles, 20 de noviembre de 2019


Miguel Cobo Rosa (1949)


Miguel Cobo es un poeta nacido en Torreperogil (Jaén) y afincado en Córdoba desde hace muchos años. De ellos, bastantes los dedicó a la enseñanza, compaginándola con la poesía, con su amor por la palabra, que es su gran pasión. Tiene publicados tres libros de poesía (Riografía, 2008, Manual de isomnios, 2015 y Diario de un funambulista, 2019), en los que se percibe una pulcritud, una perfección y una claridad tales que a veces llega a dar la sensación de que es fácil escribir así. Y justamente conseguir eso es lo más difícil. Si queréis profundizar en su obra, aquí podéis hacerlo: http://riografia.blogspot.com/
En esta ocasión, y al acercarnos a la semana que dedicamos muy especialmente a recordar que aún está abierta la herida de muchas mujeres que sufren, traemos dos poemas hermosísimos dedicados a la soledad y al dolor que siente la mujer cuando es maltratada.

Si la palabra es grito

Si la palabra es grito,
cómo duele el silencio que le sigue.
Callada una vez más, ya solo esperas
esa caricia áspera del hombre que cree serlo
y el tango de los celos del desamor letal.

¿Qué dormitorio inhóspito desprotege tu insomnio?
¿Qué almohada humedecida entumece tu faz?
Un pasillo infinito de presentidos pasos
hace eterna la espera, estéril la esperanza.

La suavidad del tacto que recorría tu espalda
aquella primavera de promesas en flor,
el delicado encaje de tu vestido blanco,
las dulces melodías de la luna de miel…

De todo aquel pasado no te queda futuro
y aquella mano es garra y sus dedos cuchillos
que hieren tatuajes de tigres en tu piel.

Tu colección de lágrimas llena el álbum de boda
y un día serán noticia de triste actualidad.


Letanía obsesiva de una mujer que huye

huir de tus palabras de veneno
huir de tus promesas sin futuro
huir de una tormenta de cristales
huir de tus perfumes de hospitales


huir de tus ausencias en mi espera
huir de tu presencia inesperada
huir de tus alarmas repentinas
huir de tus llamadas lastimeras


huir de las agujas de tus dedos
huir de tus caricias como el hielo
huir de tus miradas de cuchillo
huir de tus horarios de regreso


huir de las sirenas de ambulancia
huir de tus abrazos de silencio
huir de tus inviernos en verano
huir de tus veranos en invierno


huir de tus desvelos en mi insomnio
huir de la saliva de tus besos
huir del frío acero de tus dientes
huir de los espejos de repente


huir de un día de fiesta sin palabras
huir de una semana en siete lunes
huir de unas pisadas tras mis pasos
huir de una amenaza sentenciada


huir de ayer de hoy y de mañana
huir del desayuno y de la cena
huir por las rendijas de la pena
huir atando sábanas de seda


huir de mí cuando te acercas tú
huir de ti cuando ya no soy yo
huir del suave tacto que me aprieta
huir del vaso que llené con llanto


huir sin más sentido que la huida
huir sin fuerza hasta caer rendida
huir con pies de plomo ya vencida
huir por esta calle sin salida

viernes, 15 de noviembre de 2019


Benjamín Prado (1961)

Es un novelista, ensayista y poeta madrileño que ha obtenido numerosos premios. Muy inquieto, con una gran cantidad de publicaciones en todos los géneros, además colabora con otras disciplinas como la música. Su poesía se la ha considerado cercana al culturalismo, y también se le ha incluido en el grupo de la llamada generación del 99.
El poema que traemos aquí esta semana está incluido en su libro Iceberg, de 2002. Es un canto a la vida, pero la vida que nace de dentro de cada uno de nosotros, la que nos permite acceder a lo que nos rodea. La introspección, que alimenta la mirada hacia el mundo.



Hace falta la noche para ver las estrellas.

Igual que ayer, hoy busco -lo dijo Juan Ramón-
una verdad aún sin realidad,
busco en la tinta verde de todo lo que escribo
un planeta sin nombre o una jungla perdida.

Y hace falta la noche.

Yo me siento en las sombras,
prendo un fósforo,
tallo mis esmeraldas,
construyo mis panales.
Todo es igual y todo es diferente.

La vida,
que fue un río,
es ahora un océano,
el pasado es la arena y el agua es el futuro.

Hace falta la noche.

Todo está en mí
lo mismo que un clavo en la madera:
cada paso en la nieve,
cada luz,
cada piel,
cada mañana.
Todo lo que ha ocurrido
por fuera es ya ceniza, pero dentro aún es fuego.

Hoy todo está tan claro.
Es hora de empezar
y yo busco las sombras.

Hace falta la noche para ver las estrellas.



jueves, 7 de noviembre de 2019

Juan Gelman (1930-2014)      

                                                         
Es un poeta argentino, considerado un “expresionista del dolor”. Muy comprometido políticamente con su país, vivió en el exilio hasta 1989. Ha recibido multitud de premios, de los que destacamos el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2005 y el Cervantes en 2007.
Seleccionamos para esta ocasión dos poemas de su enorme obra poética. El primero de ellos, poema en prosa, es una bella muestra de su conceptismo en el tratamiento del tema amoroso. Y el segundo es un alegato al compromiso y a la esperanza, a pesar de que la realidad nos dice lo contrario.

Estoy sentado como un inválido en el desierto de mi deseo de ti

Me he acostumbrado a beber la noche lentamente, porque sé que la habitas, no importa dónde, poblándola de sueños.
El viento de la noche abate estrellas temblorosas en mis manos, que aún no se conforman, viudas inconsolables de tu pelo.
En mi corazón se agitan los pájaros que en él sembraste y a veces les daría la libertad que exigen para volver a ti, con el helado filo del cuchillo.
Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva en mí, que si me muero a ti te moriría.

Límites.

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?

Solo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.